22 agosto 2006

centelleo


Sonreía a sus compañeros de trabajo, mientras les contaba lo bien
que la había pasado el fin de semana, "ahora veo las cosas de manera
diferente" decía, mientras sus ojos brillaban. Se había levantado
con el sol de esa mañana radiante, y se dejó empapar por el frío
chorro de la ducha.

El café y el pan estaban en la mesa, se había olvidado de comprar la
leche, no importaba. Lo único que quería era llegar al trabajo tan
rápido como fuera posible.

En el trayecto escuchaba la risa de unos niños, que le recordaba
tanto al niño interno que perdió pero que nunca tuvo, no importaba.
Las lágrimas en su rostro eran producto del hielo de su corazón, que
se estaba derritiendo de tanto esperar.

Esperó (como todo en la vida) el ascensor un par de minutos.
Rápidamente estaba en el piso siete (¿o era el ocho?). Los caminos
más largos no siempre son los más beneficiosos. Y esas escaleras
tenían demasiados peldaños. Las cosas siempre pueden salir peor de
lo que uno piensa. Algunos dicen que la fe es lo último que se
pierde en este camino. La fe es pura basura.

"Me divertí mucho", les dijo a esos compañeros de trabajo, que
observaban la brillantez de sus ojos, confundiendo el fulgor con la
desesperación. "Las cosas van a cambiar de hoy en adelante" les
dijo, guiñando uno de esos hermosos ojos vidriosos.

Se fue al baño. Con un poco de agua se destiñó el maquillaje que
dibujaba su sonrisa y… se acercó a la ventana, mirando los edificios
aledaños, tomó aire, llenó los pulmones de vida, esa que ya no
quería. Se subió al dintel, no lo pensó dos veces. La gravedad
cumplió su ley: Todo cuerpo que sube, debe bajar.

1 comentario:

nana dijo...

Impresionante y tragica belleza...